En defensa de la esperanza

EN DEFENSA DE LA ESPERANZA

Ramón Guillermo Aveledo

Presidente del Instituto de Estudios Parlamentarios Fermín Toro

En la Sesión Solemne con motivo del

60º Aniversario del 23 de enero de 1958

Asamblea Nacional, 23 de enero de 2018

 

Agradezco a la Asamblea Nacional la generosidad de invitarme a la tribuna de esta que es mi casa, porque es la casa de todo pueblo. En lo personal, es un honor. Pero, mucho más que eso, como ciudadano, aprovecho esta oportunidad que de seguro muchos compatriotas quisieran tener, para agradecer a ustedes, señor Presidente, señoras y señores diputados, lo que hacen por todos nosotros.

Quisiera, porque así debe ser, así corresponde, que estuviera aquí toda la diversidad de opiniones de esa comunidad nacional agrietada que tenemos que restablecer. Aquí deberían estar los diputados y diputadas de los partidos que apoyan la línea del gobierno. Es una anomalía que decisiones de la equivocación anti política, expropien a quienes votaron para traerlos aquí, de su voz y su visión en este hemiciclo.

Aquí deberían estar, también, la diputada y los diputados de Amazonas esa región querida, así como el representante indígena de ese estado y de Apure. Los pueblos y comunidades del confín sur de nuestra patria, en exclusión que se agrega a otras que padecen, han sido privados de su derecho a participar.

Aquí deberían estar los diputados hoy perseguidos o apresados, a despecho de la inmunidad que les reconoce y garantiza el artículo 200 de la Constitución.

En todos esos casos, los agredidos no son una posición política, ni el parlamento ni los parlamentarios, sino los ciudadanos y sus derechos.

Los venezolanos necesitamos que esta institución haga más y haga mejor, porque en el pleno y eficaz funcionamiento del sistema constitucional están los caminos y las herramientas para resolver entre todos, los gravísimos problemas que asaltan nuestra cotidianidad, tornándola en campo minado de angustia y sobresalto hasta para lo más elemental. Pero el que ustedes sigan aquí, que a pesar de la arbitrariedad arrogante continúen trabajando sin rendirse ante la precariedad que les impone, a ustedes y al funcionariado, el atropello injusto y alevoso, que mantengan abierta esta casa del pueblo, nos dice que hay esperanza.

Mientras sobre esa cúpula, que por dentro retrata una batalla decisiva de nuestra historia y por fuera simboliza nuestra democracia, ondee la bandera de la dignidad de ustedes, representantes legítimos de nuestro pueblo, hay esperanza.

El 23 de enero de 1958 Venezuela amaneció de esperanza.

Recuerdo vivamente el enorme impacto que fue para el niño de 7 años que era entonces, aquella explosión de júbilo, aquel aire distinto que parecía respirarse, aquella sensación y convicción en mis mayores de que todo sería diferente.

El 23 de enero de 1958 Venezuela amaneció de esperanza.

De esperanza que vence al miedo. De esperanza que es la fuerza que atraviesa el desasosiego o la duda.

Es decir popular que la esperanza es lo último que se pierde. En realidad, la esperanza es la cuota inicial de todas las grandes victorias.

La esperanza, ese metal brillante y resistente que resulta de la aleación de fe, buenos deseos y realidades promisoras que puebla la incertidumbre de expectativas positivas. Y el entorno nos la refuerza porque pasa algo bueno que promete que el futuro será mejor.

Al estudiante que quiere aprender y graduarse y salir adelante aquí, en su país, lo guía una esperanza. Es su derecho.

Quien trabaja duro, cumple, trata de hacerlo cada vez mejor, se supera porque tiene esperanza. Es su derecho.  

El que siembra o cría para producir y progresar y su progreso nos alimenta y nos da prosperidad, aguanta dificultades gracias a su  esperanza. Es su derecho.

La madre que se esfuerza por alimentar a sus hijos y verlos crecer sanos, formándose en la escuela y quiere recibirlos al regresar a su casa, por humilde que sea, por que aspira que vivan mejor que ella, se faja a punta de esperanza. Es su derecho y el de esos niños.

Los padres que con el corazón partido entre el dolor y el “es por su bien”, vieron irse a su hijo de este país que antes dio la bienvenida a la esperanza de  tantos inmigrantes, albergan muy adentro la esperanza de que vuelvan. Es su derecho.

El que tiene una idea, invierte, emprende, trabaja y da trabajo, produce, se mantiene en pie gracias a su esperanza. Es su derecho.

El enfermo que acude al hospital para curarse y busca en la farmacia el medicamento que necesita para ese tratamiento que lo sane, alberga la esperanza de la salud y la vida. Es su derecho.

El ciudadano, militante o no, que lucha cívica, pacíficamente, por su idea de Venezuela, por su sueño de cambio para el país, es una esperanza. Es su derecho.

Aquel joven que decidió que  su vocación era defender a su patria y que ya oficial no se conforma con que la institución que ama sea confundida con la corrupción o identificada con la represión, se hizo cadete con una esperanza. Es su derecho.

Estudiar, trabajar, crear, producir, levantar una familia, progresar, estar sano, militar en una idea cívica, servir a la seguridad de la patria, son derechos y también deberes. La República, ese proyecto que Venezuela asumió desde 1810 y que todavía dista de realizar a plenitud, es un orden de igualdad donde todos tienen derechos y deberes. Y uno básico, fundamental, es el derecho a la esperanza, ese que te llama a tu realización como persona.

Tenemos el derecho y el deber de la esperanza.

Cada uno y todos juntos, en cada región, cualquiera sea nuestra posición, en defensa propia, vamos a ejercer nuestro deber y a defender nuestro derecho a la esperanza.

No permitamos nunca que nos expropien la esperanza. Nadie, por arrogante que sea, es tan poderoso como para atribuirse la prerrogativa de expropiar al pueblo venezolano su esperanza.

Y ante cualquier tentación que mire hacia ese predio incierto e inaceptable, como en los versos de Henley que inspiraron a Mandela, digamos, digámonos,

No importa cuán estrecha sea la puerta

Ni cuan cargada de castigos la sentencia.

Yo soy el amo de mi destino,

Yo soy el capitán de mi alma.

Volvamos un instante a 1958.

Cuenta Ramón J. Velásquez, “En los días siguientes al 23 de enero se puso muy en boga entre las personas enteradas del proceso histórico, el curioso dato de la coincidencia de las crisis nacionales de la política con los años terminados en ocho. Mariano Picón Salas, en una charla por televisión y después de advertir que nada había más anticientífico que esa clase de acotaciones, enumeró los episodios: 1848 caída de Páez y la oligarquía conservadora; 1858, caída de Monagas y de la oligarquía liberal; 1868 caída de Falcón y del régimen federalista; 1878, la traición de Alcántara a Guzmán Blanco; 1888, la traición de Rojas Paúl a Guzmán Blanco; 1898, la muerte de Joaquín Crespo y el fin del liberalismo amarillo; 1908, la traición de Juan Vicente Gómez a Cipriano Castro; 1918 y 1928 las dos grandes crisis que afronta el régimen gomecista; 1948, el derrocamiento del Presidente Rómulo Gallegos y el inicio de la dictadura militar.”[1]

A la relación, agreguemos dos datos que Picón Salas no podía adivinar: en 1968, por primera vez, un candidato presidencial de oposición (Rafael Caldera) ganó las elecciones, dándose inicio a la alternancia pluralista y en 1998 fue elegido Presidente Hugo Chávez y comenzó la llamada “Revolución Bolivariana” y la ya larga hegemonía del grupo actualmente en el poder. ¿Coincidencia? ¿Destino? En Venezuela los años terminados en ocho han resultado ser años de cambio.

A fines del primer semestre de 1957, considera Rodríguez Iturbe que  “La Dictadura lucía fuerte y la posibilidad real del liderazgo civil de enderezar el rumbo simplemente no existía[2]”. Pero esa realidad objetiva allí apreciada será inundada por hechos que acabaron desmintiéndola, al punto que hoy conmemoramos la fecha.

Apenas asomaban problemas en la Hacienda Pública y en una economía que sin embargo no había dejado de crecer. Ayudado por el auge económico mundial de la segunda postguerra, el PIB venezolano se había duplicado en menos de una década. Lo político parecía bien atado y las Fuerzas Armadas se veían sólidamente unidas en torno a un régimen surgido a partir de que ellas hubieran “asumido el control de la situación de la República[3]” en 1948. 

Desde Münich, donde vive exiliado, la agudeza visual de Herrera Campíns lo capta diferente. Critica a quienes “pretenden presentar un panorama monocromo de las Fuerzas Armadas, triste y sin esperanzas” para concluir que “núcleos castrenses” inhibidos por la postura de la superioridad “saben que la dictadura se ha colocado en un abajadero peligrosísimo y que es necesario hacerla rectificar para que no siga comprometiendo la función histórica de las Fuerzas Armadas”.[4]

El 1 de mayo de 1957, el Arzobispo de Caracas, Monseñor Rafael Arias Blanco, publica su Pastoral con motivo de la Fiesta de San José Obrero. “Nuestro país se va enriqueciendo con impresionante rapidez” dice “Ahora bien, nadie osará afirmar que esa riqueza se distribuye de manera que llegue a todos los venezolanos, ya que una inmensa masa de nuestro pueblo está viviendo en condiciones que no se pueden calificar de humanas.” Y no se queda en la coyuntura, va al fondo, que en los derechos y deberes de los trabajadores se respete la dignidad de la persona humana:

Entre el socialismo materialista y estatólatra, que considera al individuo como una mera pieza de la gran maquinaria del Estado, y el materializado capitalismo liberal, que no ve al obrero sino como un instrumento de producción, una máquina valiosa, productora de nuevas máquinas en su prole, está la doctrina eterna del Evangelio, que considera a cada uno de nosotros, sin distinción de clases ni de razas, como persona humana, como hijo de Dios. [5]

Es la doctrina que escuchamos sostener a Juan Pablo II y reiterar a Francisco con acento latinoamericano. Seis décadas después, la humanidad sabe que el “socialismo estatólatra” es un fracaso. Y que la economía de mercado o economía libre que reconoce la creatividad, la propiedad privada y favorece la producción y circulación de bienes y la prosperidad, requiere para llegar con sus oportunidades a todos, de un sólido contexto político y jurídico y de una ética social que la ponga “al servicio de la libertad humana integral”.[6]

Así que, dicho sea de paso, no son circunstanciales ni como para sorprendernos, la homilía del Arzobispo de Barquisimeto, la ciudad de donde vengo, o la declaración del obispo de San Felipe, tampoco que la Conferencia Episcopal Venezolana, tras su Exhortación con motivo de su Asamblea y coherente con sus reiterados pronunciamientos, haya declarado:

En un país que desea vivir en paz y reconciliación, que anhela un futuro con esperanza y no con la condena y amenaza permanente sencillamente por no estar de acuerdo con las conductas y ejecutorias oficiales, necesitamos de gobernantes con la suficiente entereza para tratar a todos los ciudadanos con el mismo rasero y para que se apliquen a ellos mismos, las leyes que conciben para los demás”[7].   

La Constitución de 1953 pautaba que hubiera una elección presidencial a fin de año, pues el nuevo período se iniciaría en 1958. Hay partidos ilegalizados y otros perseguidos, presos políticos y exiliados, la prensa silenciada por la censura. Desde el destierro, en abril publica Herrera el ensayo antes citado: “La solución ha de obtenerse, con sano y decidido sentido político de conveniencia nacional, mediante elecciones”. En julio, Villalba dirige desde Nueva York telegrama al dictador y lo invita  a que abra “el franco retorno a la vida de las leyes” lo cual incluye el “ejercicio por el pueblo del derecho a elegir libremente a quien lo gobierne”. Pocos días después, el ex Presidente Gallegos declara en México que “la oposición democrática nacional” está unificada en un programa “que excluye la violencia y propugna la solución del problema político venezolano mediante el cumplimiento de la disposición constitucional que establece la celebración de elecciones” y en agosto, Betancourt desde Washington saluda como positivo el anuncio de elecciones hecho por el gobierno y comenta que “los tres partidos políticos importantes del país han reclamado ese anuncio, porque propician todos ellos una salida evolutiva y pacífica a la grave situación venezolana”[8] El exilio no les mengua la serenidad ni les obnubila el juicio, al contrario, les madura y acrece su capacidad. No en vano dos llegaron a la Presidencia de la República y los otros dos, uno ya había sido gobernante, ocupan un lugar tan señero en nuestra historia.  

El gobierno optó por bloquear la salida constitucional y, en vez de elecciones libres y limpias, organizó una farsa plebiscitaria de éxito formal y brevísimo. La protesta estudiantil del 21 de noviembre fue una de las manifestaciones de rechazo que surgieron desde diversos sectores de la ciudadanía. Si en el fraude del 30 de noviembre de 1952 se había salido con la suya por cinco años más, a la mascarada de 15 de diciembre de 1957 sobreviviría apenas mes y días.

El 23 de enero de 1958 amaneció de esperanza pero también de unidad.

Unidad cada vez más amplia para que se lograra. Y unidad en el naciente espíritu del 23 de enero.

En la esperanza del 23 de enero de 1958 juega un papel central, fundamental, la unidad. Por eso, la sabiduría de Pompeyo Márquez nos dice que “La gran enseñanza del 23 de enero es la unidad nacional”[9].

Adecos y copeyanos, urredistas y comunistas, unidos. Empresarios y trabajadores organizados, unidos. Profesores y estudiantes, unidos. Profesionales, intelectuales, periodistas. La Iglesia católica. La unidad fue levantando el ánimo nacional y movilizando el alma nacional.

Unidad. No es un secreto arcano. Unidad, no es una fórmula misteriosa. Unidad, no es un hallazgo de sabios en pos del Nobel. Cualquiera lo sabe. Cualquiera lo dice. Unidad, está en el sentido común popular. Sólo requiere responsabilidad en el compromiso y suficiente humildad para comprender que los demás te hacen falta a ti, tanto como tú le haces falta a los demás. Unidad.

¿Exige la unidad grandeza de alma? Sí. Pero seamos menos solemnes, porque es más simple. Basta con acercarse al alma sencilla del pueblo.

No son pocos los héroes del proceso que en aquella jornada dio inicio a un proceso nuevo. Muchos son conocidos, miles son anónimos. Pero quiero destacar hoy, para que no se nos olvide, a un héroe inesperado, un hombre decente cuya bonhomía se respiró en este hemiciclo durante sus tres períodos como Senador de la República y a quien aquí mismo tuve el honor de conocer y tratar. Un militar que alcanzó el grado de Vicealmirante. Había ejercido en aquellos años cargos como Presidente del Instituto Nacional de Deportes y del Círculo Militar, y como Comandante de la Armada era el oficial de mayor antigüedad y jerarquía en enero de 1958.

En un tiempo en que era tal el resentimiento popular ante los militares, injusto como toda generalización, que evitaban salir a la calle uniformados, el Almirante Wolfgang Larrazábal fue una figura querida, inmensamente popular, que inició la reconciliación de esa institución fundamental de Venezuela con su pueblo. Porque él mismo, con su sencillez y espíritu cívico, simbolizaba un reencuentro entre compatriotas, con y sin uniforme, en el ancho y acogedor valle de la igualitaria cordialidad venezolana.      

De la historia se aprende, pero no es una receta. No es que la historia se repita. La historia ofrece nuevas posibilidades y la vamos haciendo con aciertos y yerros, aunque sea inútil ignorar su legado, sus lecciones a veces duras. Factores ajenos a la voluntad humana inciden en sus desarrollos pero, al final no es condena, es obra.

Desde una esquina se nos dice que un país no cambia, que siempre es el mismo. En tal premisa se basan tanto un pesimismo miope como un optimismo nebuloso. Desde otra, tan equivocada como aquella, se asegura que el país cambió para siempre. Que ahora la nación es otra. Eso es propaganda. Nada más.

La verdad es que los países siempre cambian. Cada episodio de sus vidas los influye, los condiciona, puede empobrecerlos materialmente pero enriquecer su experiencia y su capacidad de comprender y de lograr.

Venezuela ha cambiado y seguirá cambiando. Que nadie apueste a su atraso, a su estancamiento, a su inmovilidad. Ningún país es así. Y este, menos.   

Hoy, de nuevo, la lucha venezolana es por la esperanza.

Ustedes y yo sabemos, como sabemos todos los venezolanos y buena parte de la comunidad internacional, que estamos en problemas, en gravísimos problemas. Esos problemas están a la vista y, repito con Cadenas: “La única doctrina de los ojos es ver”[10]. Aunque hay quienes han decidido que sus ojos no vean, y niegan obstinadamente la realidad. Cierran los ojos para no ver, porque no quieren que el corazón sienta.

Al final del capítulo VII de los Derechos, Deberes y Garantías Fundamentales, el artículo 62 de la Constitución de Cuba, condiciona el ejercicio de esas libertades a que este no sea “contra lo establecido en la Constitución y las leyes, ni contra la existencia y fines del Estado socialista, ni contra la decisión del pueblo cubano de construir el socialismo y el comunismo”.[11]

Pero esa no es la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Aquí los derechos humanos, civiles y políticos no están marcados ideológicamente ni condicionados por el interés del poder. Porque este es en el Derecho y tenemos que lograr que lo sea en la vida, un país de todos. Sin divisiones, sin discriminaciones, sin exclusiones.

En Venezuela es ilegítimo y también inconstitucional, el condicionamiento político para la adquisición de alimentos o medicamentos.

En Venezuela es ilegítima y también inconstitucional, la desigualdad en las garantías para las libertades y la participación política.

En Venezuela nada, absolutamente nada, justifica ejecuciones y menos ejecuciones extrajudiciales. Procede correctamente la Asamblea Nacional cuando investiga los estremecedores eventos recientes de El Junquito, para determinar políticamente si allí han ocurrido hechos cuya naturaleza es ilegítima e inconstitucional. Y ya debería estar haciéndolo, en el plano penal, la Fiscalía General de la República.

El ecosistema por excelencia de la esperanza es la serenidad, la seguridad que da la paz. El precio de la paz no es el silencio o la exclusión. Ese siempre resulta, más temprano que tarde, demasiado caro. La condición de la paz es el respeto.

Y hay una articulación del respeto a través de cauces e instrumentos que le permitan tener movimiento.

La Constitución, como marco para la convivencia de todos en nuestra natural diversidad y como espacio de encuentro seguro, digno, para todos los venezolanos.

Las instituciones como testimonio viviente y en constante transformación de la perseverancia de un  pueblo que aprovecha de su experiencia porque aprende de ella.

La política, como ejercicio de la inteligencia personal y colectiva al servicio del bien común. Y por servicio, forma excelsa de la caridad

En punto a la política, el asunto principalísimo de esta Asamblea, nunca olvidemos esa esencial dimensión de servicio. Nunca, por ningún motivo.

Hay demasiados venezolanos sufriendo. La tarea crucial de buscar, por medios lícitos, el cambio político, no releva a nadie del deber de exigir a quienes gobiernan rectificaciones y de ofrecer alternativas de política pública para atender, atenuar y resolver esas calamidades que invaden como rio crecido la vida del barrio y la urbanización, del campo y del casco urbano, de la calle y del hogar.

Ese deber tiene simetría, no podría ser de otra manera, con el de quienes pueden hacer todos los esfuerzos lícitos para conservar el poder, pero sin olvidar que su obligación es gobernar para todos dentro de la Constitución, de resolver problemas, de corregir errores, de atender las consecuencias de sus políticas.  

Hay demasiados venezolanos sufriendo. Que nunca alguno de ellos pueda interpelarnos justificadamente, cuando yo sufría ¿Dónde estabas tú? Y no tengamos respuesta.

No debemos, no podemos, dejarlos solos. Nuestro trabajo, el de cada uno de ustedes como sus representantes, es ser los defensores de su esperanza.   

Señor Presidente, Señoras y señores diputados,

Todos leímos, o nos mandaron a leer, en los años liceístas a Doña Bárbara el gran clásico de nuestra narrativa. Nos es familiar su definición de la llanura en dos ideas. Es “Toda horizontes como la esperanza, toda caminos como la voluntad”.

Quien interprete la metáfora galleguiana como una autopista para avanzar a toda prisa porque querer es poder, no hizo la tarea, no leyó el libro completo. La llanura tiene dificultades, riesgos y peligros. Enormes ríos, donde acechan caimanes y pululan enjambres de caribes, tan pequeños como feroces, capaces de desmenuzar en instantes a su presa. Serpientes. Tremedales. Clima duro de lluvias y sequías que se hacen interminables. Y, por supuesto, el factor humano, el más complejo de todos. Ambiciones, envidias y desconfianzas, soberbias, rencores, insaciables apetitos de poder o de riqueza, idealismo, violencia. Y trata la novela de los dramas y tragedias por esos conflictos motivados.

¿Convierte todo eso en inconquistable la llanura? No. La moraleja es exactamente inversa. Desaparece El Miedo y todo vuelve a ser Altamira. Altamira de miras altas, de ver hacia arriba, lejos, lo contrario a rastrero. Caminar hacia el horizonte con la cabeza en alto y los pies bien puestos en la tierra.

La voluntad es la que construye los caminos para que se mantenga y realice la esperanza. Pero la voluntad sola, no puede. Los construye con inteligencia, con comprensión de la realidad y atenta sensibilidad para captar sus cambios, con conocimiento de los materiales disponibles y adecuado cálculo de sus resistencias, y con unidad, juntando sin complejos ni reticencias, todas las voluntades y todos los talentos necesarios.

Construir caminos para la esperanza en esta Venezuela donde, como en el libro “una raza buena, ama, sufre y espera”. Esa es nuestra responsabilidad. Ni más, ni menos.     

[1] Velásquez Ramón J: Aspectos de la evolución política de Venezuela en el último medio siglo en Venezuela Moderna 1926-1976. Fundación Eugenio Mendoza. Caracas, 1976

[2] Rodríguez Iturbe, José: Crónica de la Década Militar. Ediciones Nueva Política. Caracas, 1984.

[3] Acta de constitución del Gobierno Provisorio de los EEUU de Venezuela el 24 de Noviembre de 1948 en Compilación constitucional de Venezuela. Rodolfo Vilchez (Compilador) SAIL. Caracas, 1996

[4] Herrera Campíns, Luis: Frente a 1958 (Material de discusión político-electoral venezolana). Ediciones de la Presidencia de la República. Caracas, 1983.

[5] Arias Blanco, Rafael (Mons.): Cartas Pastorales y discursos. IUP “Monseñor Rafael Arias Blanco”-UCAB. Caracas, 2014.

[6] Juan Pablo II: Centesimus annus. Encíclica. En 11 Grandes Mensajes. BAC. Madrid, 1993.

[7] Comunicado de la Presidencia de la CEV ante las palabras emitidas por el Sr. Presidente en la alocución del 15 de enero. www.cev.org

[8] Citados por Rodríguez Iturbe en obra citada.

[9] Márquez, Pompeyo: entrevistado por Damian Prats. www.youtube.com

[10] Cadenas, Rafael: Obra Entera. Poesía y Prosa (1958-1995). FCE. México, 2000.

[11] Constitución de Cuba. UNAM-FCE. México, 1994

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